parlamentarismo
Durante el parlamentarismo, el desarrollo económico y social del país estuvo a merced de las expansiones y crisis de la industria salitrera que, en sus períodos de auge, logró llenar las arcas fiscales. Esto se tradujo en una serie de consecuencias positivas para el país materializadas en importantes inversiones en obras públicas; aumento en el número de establecimientos educacionales y de alumnos; la formación de una clase media letrada y la expansión del aparato estatal que creció de 3 mil funcionarios en 1880 a 27 mil en 1919.
El sector privado por su parte, en especial la minería, el comercio, la agricultura, la incipiente industria manufacturera y el sector servicios, se vio favorecido por los mercados del Norte Grande y por el crecimiento de las ciudades.
Los centros urbanos, particularmente Santiago, comenzaron a experimentar un acelerado proceso de modernización. Se levantaron nuevos edificios públicos y privados, se instalaron servicios de agua potable y alcantarillado, de alumbrado eléctrico, teléfonos y líneas de tranvías (primero de sangre -tirados por mulas- y luego eléctricos), mientras se difundía el uso del automóvil. En contraste con estos signos de progreso material, el aumento de la población en las ciudades generó serios problemas de vivienda y salubridad; miles de personas vivían hacinadas en conventillos y chozas, eran víctimas de enfermedades y estaban sometidas a pésimas condiciones laborales.