Era abrir una brecha en la pintura tradicional chilena;
era cerrar una puerta para abrir otra.
Luis Vargas Rosas

En el agitado mundo de principios del siglo XX, la revolución parecía acechar todos los espacios de la vida humana; y era el arte, sin lugar a dudas, uno de los campos preferidos para la expresión de las sucesivas oleadas rupturistas impulsadas por las vanguardias que atravesaron los comienzos del siglo pasado, y que tuvieron como punto de referencia a París. Como señala Marco Bontá, "Desde 1900 y más acentuadamente a partir de la guerra de 1914, París vive convulsionado en el plano de las ideas pictóricas. Una revolución se ha planteado entre los llamados 'viejos moldes' y el 'arte moderno'"; y fue el Grupo Montparnasse el encargado de traer esa revolución a la pintura chilena, enclaustrada hasta ese momento en la tradición de la academia naturalista.

Fundado por el pintor Luis Vargas Rosas y conformado, originalmente, por su mujer Henriette Petit, Julio Ortiz de Zárate, su hermano Manuel y José Perotti, el Grupo Montparnasse encarnó las nuevas ópticas artísticas en nuestro país, principalmente las derivadas de la obra del francés Paul Cèzanne con cuya producción habían entrado en contacto los miembros del grupo tanto en París como en una retrospectiva realizada en Venecia el año 1920.

La primera aparición pública del grupo se concretó en 1923, al poco tiempo del regreso a Chile de sus miembros, en una exposición realizada en la casa de remates Rivas y Calvo. Esta muestra desató una verdadera tormenta en el hasta entonces plácido campo de la pintura chilena, pues las propuestas plásticas encarnadas por los "montparnassianos" no sólo diferían del canon dominante, sino que entraban en abierto conflicto con las concepciones académicas y naturalistas sostenidas por la crítica oficial y el circuito artístico existente, expresados entre otros por Nathanael Yáñez Silva.

Sin embargo, junto a los detractores aparecieron también los primeros -y entusiastas- defensores de la nueva propuesta, entre los cuales destacó la labor de Álvaro Yáñez, quien bajo el seudónimo de Jean Emar -más tarde conocido por su labor literaria como Juan Emar- inició una verdadera cruzada por la difusión del arte moderno desde las páginas del diario La Nación, dedicándose tanto a la obra del Grupo Montparnasse como a la de las vanguardias europeas, encarnadas entre otros por Pablo Picasso, Georges Braque y Juan Gris. La introducción de esta nueva racionalidad artística en la escena nacional consiguió rápidamente nuevos adeptos que, aunque no militaron formalmente en el Grupo Montparnasse, compartieron los postulados centrales de un nuevo arte, lo que cristalizó, entre otras cosas, en el Salón de Junio del año 1925.

El debate abierto en el campo de la plástica por el Grupo Montparnasse permitió, a poco andar, resituar la escena de la pintura chilena, incorporando en plenitud al arte moderno como un elemento insoslayable de ésta, y abriendo los espacios necesarios para un mayor perfeccionamiento y ampliación conceptual y técnica de la enseñanza artística, lo que se concretó con la fundación de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile en 1930.