La Revolución y posterior Guerra de Independencia se desarrolló en Chile tras conocerse los sucesos acaecidos en España con la invasión de las tropas francesas de Napoléon Bonaparte (1769-1821) y la abdicación del rey Carlos IV, el apresamiento del rey Fernando VII en 1808 y la instauración del monarca francés José I Bonaparte (1768-1844). Este vacío de poder y posterior interpretación de deslegitimidad del poder francés, llevó a los criollos y españoles que habitaban América a organizarse en autogobiernos, los que juraron fidelidad a la Corona española en primera instancia y pretendió proteger los intereses del rey mientras este se mantuviera cautivo.

El contexto peninsular -que incluyó también la huída de la familia real portuguesa a Brasil- significó en la práctica dar los primeros pasos hacia la emancipación de los pueblos americanos, la que se gestó desde la segunda mitad del siglo XVIII con levantamientos indígenas en el Virreinato del Perú, la influencia del movimiento intelectual y político de la Ilustración europea, la Revolución de Independencia Norteamericana (1775-1783), la Revolución Francesa (1789-1799) y la Primera República Francesa (1792-1804); el creciente liberalismo español que tomó parte en las Cortes de Cádiz y que dio como resultado la Constitución española de 1812; el constitucionalismo napoleónico y la Revolución de Haití (1791-1804) en el Caribe. En ese sentido, el proceso se inició desde una perspectiva intelectual y cultural, desarrollada por diversa personalidades que pusieron en entredicho el control extranjero y las posibilidades de desarrollo local bajo el gobierno colonial, lo que pasó luego al análisis de cuestiones administrativas y económicas, donde las familias criollas se percibieron en desventaja.

Siguiendo la tradición jurídica española, se formaron los primeros cabildos en las ciudades del territorio chileno, siendo el más importante el cabildo abierto de Santiago realizado el 18 de septiembre de 1810, que luego dio paso a la conformación de la Primera Junta de Gobierno. Estas fueron las primeras etapas de un proceso revolucionario impulsado por criollos chilenos como Juan Martínez de Rozas (1759-1813) -antiguo colaborador del gobernador depuesto, Francisco García Carrasco (1742-1813)-, Ignacio de la Carrera (1747-1819), Gaspar Marín (1772-1839), Bernardo O´Higgins Riquelme (1778-1842), fray Camilo Henríquez (1769-1825), Juan Egaña (1768-1836), José Miguel Infante (1778-1844), Manuel de Salas Corbalán (1754-1841), José Miguel Carrera (1785-1821) y sus hermanos Javiera Carrera Verdugo (1781-1862), Juan José y Luis Carrera Verdugo, entre otros. Con el tiempo se sumó un número importante de mujeres que participaron directamente en el movimiento, junto con parte del "bajo pueblo" formado por artesanos, esclavos afrodescendientes -quienes formaron los denominados "batallones de pardos" o "morenos libres"-, campesinos, entre otros, y de algunas comunidades indígenas, que se sintieron llamados a la acción luego de las primeras tentativas patriotas por lograr la autonomía.

La historiografía del siglo XIX y principios del XX dividió el proceso en tres períodos denominados Patria Vieja (1810-1814), Reconquista (1814-1817) y Patria Nueva (1818-1823). Esta periodización delimitó la forma de explicar los cambios políticos, sociales y culturales del proceso, generando un análisis inacabado tanto de los factores externos que incitaron al conflicto, que terminó con la ruptura del pacto colonial entre la Corona española y sus súbditos americanos, así como de la multiplicidad de factores internos.

Entre estos factores destacaron la formación de una elite local autoconsciente de su lugar en la administración colonial; una base intelectual propia educada en Chile y Europa, y un desarrollo económico interno en la agricultura, ganadería, comercio de manufacturas y minería; un sentimiento patrio que emergió del regionalismo provincial, las denominadas "patrias chicas"; la memoria sobre la expulsión de los jesuitas; el retorno de los criollos que crecieron en Europa y lucharon guerras en favor de la Corona española; el supuesto sentimiento de desprecio por parte de la administración española hacia los aristócratas criollos; las relaciones sociales y de producción entre estas elites y los sectores populares, los que en algunos casos fueron obligados a participar de la guerra, mientras que en el caso de los esclavos afrodescendientes lo hicieron en pos de su libertad; la formación de sociedades secretas, etc. (Vial Correa, Gonzalo. Historiografía de la Independencia de Chile. Santiago: Universidad Católica de Chile, Instituto de Historia, 1965).

Por el lado español, la necesidad de mantener el poder político y económico sobre las colonias americanas, llevó a las autoridades civiles y militares a fortalecer lazos con una parte importante del pueblo Mapuche, con quienes se revitalizó antiguos acuerdos políticos y comerciales, además de la movilización de parte del "bajo pueblo" no identificado con la elite independentista, lo que dio al proceso ribetes de guerra civil.

A lo anterior se sumó el factor de la "modernidad hispana", corriente intelectual introducida en América y Chile por las Reformas Borbónicas que generaron una amalgama entre la tradición jurídica medieval de la península, basada en la escolástica, el iusnaturalismo católico y las nuevas corrientes de pensamiento europeo, principalmente el ilustrismo y el liberalismo en su variante constitucionalista (Jocelyn-Holt, Alfredo. La Independencia de Chile. Tradición, modernización y mito. Santiago de chile: Planeta/Ariel, 2001).

Así, entre 1811 y 1813, se fortalecieron las instituciones de autogobierno y se crearon otras nuevas, entre ellas, el Primer Congreso Nacional (1811), el Instituto Nacional (1813) y la Biblioteca Nacional (1813). También se crearon los primeros emblemas patrios y el primer reglamento constitucional; se extendieron la prensa y la propaganda independentista a través de la imprenta, se promulgó la Ley de Libertad de Vientres (1811), el Reglamento Constitucional Provisorio (1812), entre otras medidas tendientes a romper con las estructuras de poder y dominio colonial y en pos de la formación de una monarquía constitucional o definitivamente una república.

Las beligerancias comenzaron con el "motín de Figueroa" (1811), primera reacción armada de los españoles, que tuvo como resultado la represión de las huestes españolas, la disolución de la Real Audiencia y el fortalecimiento del sentimiento independentista en el Congreso y bajo el gobierno de Carrera. Posteriormente, se organizaron tres expediciones militares desde el Virreinato del Perú bajo la administración del virrey José Fernando de Abascal (1743-1821): la primera al mando del brigadier Antonio Pareja (1752-1813) en 1812, quien dirigió la avanzada española desde Chiloé y abandonó su labor por enfermedad en mayo de 1813; la segunda por el brigadier Gabino Gaínza (1754-1829), quien tomó las operaciones militares a inicios de 1814, acción que terminó con la firma de una tregua militar y política denominada "Tratado de Lircay", texto que definió algunos acuerdos constitucionales, pero que finalmente fue rechazado por el virrey.

La tercera y más importante reacción, que permitió la restauración del poder español, fue liderada por el militar Mariano Osorio (1777-1819), quien dirigió la ofensiva española entre 1814 y 1815, junto con el gobernador Casimiro Marcó del Pont (1765-1819), quienes enfrentaron a los patriotas hasta 1818. Estos impusieron un férreo y represivo gobierno tras el retroceso en Yerbas Buenas y las derrotas de los patriotas en la batalla de El Roble y luego en la batalla de Rancagua en octubre de 1814, más conocida como "desastre de Rancagua".

Los restos del ejército se refugiaron en Mendoza, donde se organizó a las fuerzas patriotas que formaron el Ejército Libertador bajo las órdenes del general José de San Martín (1778-1850). Varios de los líderes políticos e intelectuales chilenos fueron apresados en la Isla de Juan Fernández. Otros, como Manuel Rodríguez Erdoíza (1785-1818), organizaron montoneras y guerrillas para debilitar al gobierno español, además de practicar el espionaje que permitió recabar información para las posteriores incursiones militares.

La guerra se decidió luego del cruce de los Andes en 1817 y tras las batallas de Chacabuco y Maipú en favor de los patriotas chilenos y argentinos, y que permitió la formación de un gobierno provisorio en Santiago bajo el mando del Director Supremo Bernardo O´Higgins. Este proclamó la Independencia de Chile el 12 de febrero de 1818, como un acto simbólico para establecer la derrota española definitiva, legitimar su gobierno y buscar reconocimiento diplomático.

Los últimos movimientos de la guerra y su cese se dieron entre 1819 y 1826, teniendo como suceso definitorio el "combate de Bellavista", liderado por Ramón Freire Serrano (1787-1851) en Chiloé, que puso fin a la Guerra a Muerte (1819-1824) y las campañas del sur contra los remanentes españoles con la firma del Tratado de Tantauco, que consiguió la anexión definitiva del archipiélago al territorio nacional, constituido como el último reducto español en el territorio chileno.

La mayor parte de la documentación generada durante la Revolución y Guerra de Independencia, y que ha servido como base para la historiografía del periodo, fueron recopiladas y ordenadas durante el siglo XX en la denominada Colección de Historiadores y de Documentos relativos a la Independencia de Chile.

La actualización de este minisitio se realizó durante octubre de 2023.