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Industria del tabaco en Chile

En 1753 la corona española estableció el estanco del tabaco en Chile, permitiendo la venta sólo al detalle y prohibiendo absolutamente su cultivo por parte de los súbditos. En 1811 se dictó un bando que dispuso la libertad de labranza en Chile. No obstante, en 1824 el gobierno otorgó el estanco del tabaco, los naipes y el té, a Portales, Cea y Cia mediante un acuerdo en el que Portales se comprometía a hacerse cargo de la deuda que mantenía el gobierno de Chile con Inglaterra por préstamos otorgados para solventar la expedición libertadora del Perú. El contrabando, las plantaciones clandestinas y la pobreza generalizada hicieron sucumbir los planes de Portales y Cea. En 1828 se prohibió cultivar tabaco en Chile, pero cuarenta y cinco años más tarde, en 1880, se aprobó una ley que estableció el libre cultivo y fabricación desde el primero de enero de 1881. Desde entonces se formaron numerosas empresas que liaban manualmente los cigarrillos. Joaquín Edwards Bello recuerda que también había papel trigo y papel arroz para liar los pitillos personalmente. Así, el origen de la industria del cigarrillo en Chile está vinculada a las populares cigarrerías caseras que preparaban a mano el cigarro, en forma artesanal, vendiéndolos sueltos o en simples envolturas de papel. Pero, en 1893, la industria tabacalera nacional se revolucionó pues llegó al país la máquina ideada por James Bolsack, instalándose en Chile la primera fábrica de cigarrillos, en serie y procesados con máquinas. Una de las primeras cajetillas que se expandió por Santiago fue La Favorita, marca que se vendía de a cincuenta unidades en paquetes de papel corriente atados con una tira de totora. La Santiaguina fue otra marca popular que se comerciaba hacia 1920. Su envase mostraba un audaz busto de señora que, con sus brazos a la cabeza, invitaba a deleitarse con los aromáticos cigarros.