La crítica de arte, entendida solamente como un "comentario de obras o exposiciones", es casi tan antigua como el nacimiento de una pintura que podríamos llamar propiamente nacional, y durante el siglo XIX tomó básicamente la forma de notas de prensa y columnas periodísticas, casi siempre fuertemente teñidas por la subjetividad de quien las realizaba. Como señalan Pedro Zamorano y Claudio Cortés en "Pintura chilena a comienzos de siglo: hacia un esbozo de pensamiento crítico", "La crítica realizada entre fines del siglo pasado (XIX) y comienzos del actual (XX) se encuadra principalmente dentro de la llamada crónica artística carente, en general, de rigurosidad conceptual". Así la crítica, al ser concebida principalmente como una crónica, quedó generalmente en manos de escritores e intelectuales como Nathanael Yáñez Silva, Manuel Magallanes Moure, y Pedro Prado, o bien de artistas y académicos vinculados a la plástica nacional, como Juan Francisco González, Ricardo Richon-Brunet o Joaquín Díaz Garcés; la mayor parte de estos "cronistas artísticos" -como Richón-Brunet, Díaz Garcés o Yáñez Silva- postulaban y defendían conceptos fuertemente arraigados en la Academia, basados en un esquema crítico que tomaba la obra y hacía de ella una descripción fundamentalmente analítica, casi a modo de inventario, en la cual se apreciaba principalmente su concordancia con los modelos clásicos del arte europeo.

Ya iniciado el siglo XX, sin embargo, y principalmente tras la llegada de las primeras ideas vinculadas a las vanguardias artísticas, la crítica de arte se vio enriquecida por plumas como la de Vicente Huidobro y otros intelectuales, que vieron en esta actividad una forma más de engrosar las filas de la modernidad en su combate contra el conservadurismo académico imperante en la escena artística chilena. No obstante, el principal logro de la crítica viene de la mano de las "Notas de arte" que Jean Emar realizaba en La Nación, pues no sólo fueron un activo espacio de difusión de las nuevas ideas estéticas, sino que Emar aportó lo que podríamos llamar los primeros elementos de rigurosidad -que venían de la mano de un vasto conocimiento de las corrientes renovadoras que surgían en Europa- en nuestra incipiente crítica artística. Sin embargo, no es hasta la llegada a Chile como refugiado del crítico y dibujante español Antonio Romera, que se puede hablar, en rigor, de una crítica de arte no meramente descriptiva, sino que con capacidad de análisis y bagaje teórico-conceptual.

Ya entrado el siglo XX, la crítica de arte aumentó sus grados de especialización, principalmente gracias al aporte realizado en periódicos y revistas de arte y literatura por críticos como Dámaso Ogaz, Víctor Carvacho, Ernesto Saúl, Waldemar Sommer y Carlos Maldonado; y a través de la labor realizada, principalmente, en las universidades de Chile y Católica por autores como Enrique Lihn, Jorge Eliott, Luis Oyarzún, Ricardo Bindis, Gaspar Galaz, Milan Ivelic, Justo Pastor Mellado, Pablo Oyarzún y Miguel Rojas Mix, entre otros. Todos ellos poseen una vasta producción crítica, recogida tanto en artículos y ponencias, como en libros de crítica, teoría e historia del arte.

Tras el golpe de Estado de 1973, tanto el arte como la crítica han ido encontrando nuevos derroteros, uno de cuyos hitos fundamentales se encuentra en lo que Nelly Richard definió como "escena de avanzada" -principalmente en el Colectivo Acciones de Arte (CADA)-, que tiende a fundir la obra con la acción teórica y crítica, y que en el campo de la crítica de arte derivó en la intención de ampliar sus propios márgenes de análisis y estudio, constituyendo lo que hoy se conoce como crítica cultural.