Tras las guerras por la independencia de la corona española, se vivió en Latinoamérica un proceso de formación identitaria en el que el trabajo intelectual se hizo parte en la consolidación de la unidad política de las nacientes repúblicas, así como en la constitución de ideales de ciudadanía que se materializaron por intermedio de "la elaboración de mitos de origen, historias nacionales y relatos identitarios fundamentales" (Hurtado, Edda. "Intelectuales tradicionales, educación de las mujeres y maternidad republicana en los albores del siglo XIX en Chile". Acta Literaria. Número 44, primer semestre, 2012, p. 122).

Dada la estrecha vinculación entre las letras y la política que dominó durante gran parte del siglo XIX, la literatura -entendida como suma de discursos heterogéneos que referían a la producción intelectual en su conjunto- encontró en la prensa periódica su escenario privilegiado y, en su relación con el espacio público, una función política inmediata.

Durante la década de 1850, entre los temas que se discutieron en la prensa, la instrucción primaria fue uno de los principales, reconocidas, por una parte, la realidad educativa de la población de la época, mayormente rural, y, por otra, la necesidad de institucionalizar hábitos y comportamientos a través de un sistema general de educación.

En estas discusiones, que derivaron en la promulgación, el 24 de noviembre de 1860, de la Ley General de Instrucción Primaria, que establecía la educación pública gratuita para niñas y niños como responsabilidad del Estado, la propuesta de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) de una educación popular fue decisiva, sobre todo en lo relativo a la educación de las mujeres.

Tanto en el pensamiento de Sarmiento -o, por ejemplo, de José Antonio Torres (1828-1864), autor de Educación e instrucción de la mujer (1854)- como en gran parte de la intelectualidad liberal, la instrucción de la mujer fue una temática recurrente, pues, por medio de esta, se entendía que las mujeres podían cumplir un nuevo rol social: vincular las esferas del hogar y el Estado.

Esta figura de una maternidad cívica o republicana -basada en el ideal vigente en la época de la mujer como un ser moralmente superior y naturalmente destinado a labores de cuidado- fue consolidando la concepción de las mujeres como maestras por naturaleza, a la vez que la familia como su espacio de influencia específico, a pesar de la promoción temprana, en Chile, de la formación de institutrices con la inauguración en enero de 1854 de la Escuela Normal de Preceptoras.

Como contraparte, este discurso se erigía sobre una concepción de "lo femenino" como objeto de "disciplina y normalización", por lo que la oposición -de alta legitimidad en el tiempo- entre civilización y barbarie "se sostenía simbólicamente" en las diferencias sexo-genéricas en las que se basaba la construcción de la "nación y la familia como su núcleo fundamental" (Hurtado, p. 129).

En este contexto paradójico en el que apareció el tema de la mujer hacia mediados del siglo XIX, se publicó el periódico político de filiación conservadora y católica El eco de las señoras de Santiago (1865), como una reacción ante la promulgación de la Ley interpretativa del artículo 5° de la Constitución de 1833, conocida como Ley de Libertad de Cultos. Su publicación, más allá de que su autoría femenina haya sido cuestionada, marcó un cambio sustantivo en la prensa nacional, monopolizada por voces masculinas (Stuven, Ana María. "El Eco de las señoras de Santiago. El surgimiento de una opinión pública femenina". Lo público y lo privado en la historia americana. Santiago: Fundación Mario Góngora, 2000, p. 204).

Hacia la década de 1870, con la participación de mujeres como colaboradoras, editoras y directoras de medios de prensa, nuevos temas como el de la emancipación de las mujeres y el acceso a la educación universitaria fueron diversificando las voces legitimadas en el espacio público.

En 1872, Martina Barros Borgoño (1850-1944) publicó la traducción del libro The Subjection of Women de John Stuart Mill, bajo el título La esclavitud de la mujer, en la Revista de Santiago (1872-1873). Un año más tarde comenzó a circular la Revista de Valparaíso bajo la dirección de Rosario Orrego (1831-1879). El mismo año de 1873, en las páginas de la revista Sud-América (1873-1874) se publicaron las conferencias sobre "La educación científica de la mujer" dictadas por Eugenio María de Hostos (1839-1903) en la Academia de Bellas Letras (1873-1881), las que fueron recibidas y debatidas por la intelectualidad del tiempo, ocupando un espacio relevante la intervención de Lucrecia Undurraga Solar (1841-1901).

Durante esta década, a textos como el de Lucrecia Undurraga se fueron sumando otros artículos y ensayos que abordaron diversas aristas de la condición social de las mujeres en publicaciones dirigidas específicamente a lectoras, colaboradoras y escritoras, como el periódico sanfelipeño La Brisa de Chile (1875-1876), donde Eduvijis Casanova de Polanco publicó su artículo "Reflexiones sobre la educación pública de la mujer en Chile".

En el año 1877, tras la promulgación del decreto número 547, conocido como Decreto Amunátegui en nombre del Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública Miguel Luis Amunátegui (1828-1888), que autorizaba el acceso de las mujeres a los estudios universitarios, apareció el periódico La Mujer, bajo la dirección de Lucrecia Undurraga.

En este periódico literario y político, en el que colaboraron escritoras como Rosario Orrego, sus hijas Regina y Ángela Uribe o Delfina María Hidalgo (1862-1940), entre muchas otras, se hizo énfasis en la problemática de la "emancipación de la mujer" y la igualdad educativa. Diversos textos abordaron estratégicamente esta temática, como "La ilustración no es ni puede ser el enemigo de la religión" de María Isabel Randolph; "Ilustración superior de la mujer", de Antonia Tarragó o "Modificación intelectual de la mujer en el orden de los conocimientos", de Emilia Lisboa.

Aunque ausente de los relatos históricos tradicionales, el trabajo intelectual de las mujeres durante la segunda mitad del siglo XIX ocupó las páginas de diarios y revistas a lo largo de Chile, con textos de poesía, narrativa, ensayos y traducciones, así como creó sus propios espacios de enunciación y publicación en periódicos políticos y revistas literarias, hasta que en la década de 1890 apareció la primera revista ilustrada en la historia de la prensa chilena, La Familia, dirigida por Celeste Lassabe (1860-1927). La relectura contemporánea de este trabajo ha ayudado a ofrecer una imagen más compleja de la prensa y el espacio público decimonónicos.